jueves, 27 de octubre de 2011

TRANQUILA IGNORANCIA


Tengo la percepción de que el mundo de mi juventud, que comentara anteayer, era más ordenado y calmo que el mundo presente, porque entendíamos y sabíamos muy poco de lo que pasaba. Vivíamos en una tranquila ignorancia, en un desconocimiento casi pleno de toda realidad que no fuera la propia e inmediata.  La radio tenía unos noticieros breves y  patéticos, los diarios entregaban trasnochadas noticias de tres días antes casi sin fotografías, los teléfonos eran escasos y las comunicaciones lejanas difíciles. Las personas que algo sabían—que siempre las hay—sabían  porque tenían  metidas las manos y por ello se callaban prudentemente. Era un tiempo en que no había televisión satelital, ni canales de noticias, ni Internet, ni cámaras de vigilancia por doquier, ni fotografía digital, ni celulares con acceso a la red y  video, ni Facebook, Twitter, ni ninguno de los elementos tecnológicos que ahora nos permiten la comunicación instantánea y nos permiten sentirnos coprotagonistas de los hechos.
Y sin embargo, seguimos sin saber mucho. La única diferencia con  el  mundo de antaño,  es que ya no vivimos en una  tranquila ignorancia sino que gozamos de una importante desinformación. En verdad, no sabemos más, no sabemos mejor. Solo recibimos una información sesgada por diferentes intereses y facilitada en su transmisión por  la tecnología.
Desinformar es ofrecer una información falsa o intencionadamente manipulada para obtener un fin determinado, pero es, también, negar lo evidente, sesgar el sentido de las cosas, parcializar los datos manejando estadísticas, omitir cuestiones esenciales, manipular los significados, fundar torcidamente los argumentos, descontextualizar las noticias, demonizar o endiosar a los protagonistas, etc.
Estamos llenos ejemplos de desinformación, no solo en las situaciones contingentes o locales como puedan ser el carácter de la ex presidenta, el comportamiento de la economía, los intereses de las empresas, el compromiso de los políticos y la eficiencia del Gobierno, sino en otras cuestiones de alcance global como temas ambientales como el calentamiento global del que tanto habla Hall Gore, el cambio climático gatillado  por la contaminación química, el compromiso de Sadam Husein con armas de destrucción masiva y tantos temas más. Desinformar ha sido el medio por el que—incluso desde antes de contar  con medios masivos de información—se  han construido imperios, sustentado sistemas políticos y desarrollado creencias y  religiones. Porque la desinformación es una hija bastarda de muchos padres en todos los tiempos: la ignorancia, la imprecisión,  la subjetividad, la superstición y la mentira, entre ellos.
¿Cómo se habría podido conseguir el nivel de aprobación generalizada que reciben del público los movimientos estudiantiles sin un componente de desinformación? ¿Qué es la aprobación de las posturas ambientalistas sino desinformación? ¿Qué fundamento tienen la mayor parte de las percepciones ciudadanas sino desinformación?  Tenemos que llegar a  la conclusión que la tranquila ignorancia del pasado, que nos dejaba al margen de los hechos no ha cambiado esencialmente; sólo  ha sido reemplazada por la desinformación, que nos permite la ilusión de participar.

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