miércoles, 14 de diciembre de 2011

¿RIZAR EL RIZO O SOSTENER PRINCIPIOS?

Antes de titular este comentario miré en Internet y comprobé que existen innumerables blogs de muchas nacionalidades que hablan  de rizar el rizo, expresión de origen hispano que nosotros los siúticos gustamos de utilizar para referirnos a la tendencia a complicar las situaciones. El hecho es una demostración de la escasa creatividad reinante a escala planetaria, pero también,  de que la inclinación a complicar las cosas es universal. La cuestión ha quedado en evidencia en estos días con la discusión del proyecto sobre el voto voluntario e inscripción automática que  se vió hoy día en la Cámara de Diputados.

Los analistas y los opinólogos  han comenzado a analizar profusamente las eventuales consecuencias del voto voluntario, anticipando desde cambios trascendentes en el espectro político por la participación de los jóvenes en las elecciones futuras,  a aumentos espectaculares de la abstención en los estratos bajos de la población  por la mala percepción que dichos grupos tienen de la actividad política. Ansiosos de decir agudezas, unos y otros han anticipado lo bueno y lo malo, con la esperanza de acertar y prestigiarse. No han faltado los audaces que han postulado hipótesis tremendistas tales como una eventual reacción política de desviación de los fondos públicos hacia los estratos medios y altos representados por votantes efectivos generalmente más informados, en perjuicio de los no votantes, generalmente pobres y desinformados, con una consecuencia de mayores desigualdades en el  futuro de mediano y largo plazo.

Por su parte los políticos han comenzado a cambiar de opinión respecto de lo que aprobaron durante el gobierno de Bachelet, dizque  por razones conceptuales y doctrinarias, pero en verdad atemorizados por los efectos de una modificación del patrón electoral, que los deja casi sin información sobre el comportamiento de los electores potenciales, sobre todo ante la falta de control evidente que el mundo político  tiene sobre  el movimiento estudiantil. En su natural hipocresía, nuestros parlamentarios—desde izquierdas a derechas—han comenzado las vueltas de carnero y los “por cierto,  no es menos cierto”, los “yo siempre dije” y los “todos saben de qué manera he votado” abundan. No ha podido desdecirse del todo y han terminado aprobando la iniciativa.

Pocos son los que han considerado lo que resulta evidente y moralmente correcto: que la inscripción automática y la votación voluntaria son expresiones connaturales  con la libertad de decisión,  principio básico de la democracia, elevado a la categoría de derecho que asegura a los ciudadanos la oportunidad de efectuar con libertad de  conciencia   una libre elección de opciones. Me parece vil el argumento postulado por algunos, en el sentido que debe haber un equilibrio entre obligaciones y derechos aún en materia de libertades. Creo que es un remanente de nuestra herencia cultural y religiosa, que basa los resultados en la coacción, incluso en el plano de los valores. El principio libertario apunta a una libertad  sin condiciones, éticamente entendida, que sin duda es difícil de ejercitar correctamente, pero que alguna vez tenemos que comenzar a aprender como vivir con ella.

Prefiero el voto voluntario aunque pueda traer problemas, del mismo modo que preferí que mis hijos pensaran por su cuenta qué creer y qué desear.  Mírelo así: la inscripción automática nos pone en igualdad de  condiciones y la voluntariedad del voto, nos permite ejercitar el derecho a elegir libremente qué hacer.

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