viernes, 16 de diciembre de 2011

QUIERO UNA REFORMA TRIBUTARIA QUE TERMINE CON EL ABUSO

Hace unos días atrás tuve que pagar suculentos honorarios médicos en un hospital de mi ciudad, que me explicaron claramente el Audi A8 del doctor y el BMW  Serie 5 del anestesista. No ví el Mazda CX7 de otro de los involucrados en el procedimiento cancelado—arsenalera o enfermera—pero antes que me pillarán gocé mirando los automóviles caros y exclusivos del resto de los médicos de la clínica, estacionados en un lugar reservado, lejos de los vehículos de los clientes, sólo algo más económicos. Hay que decir que en el establecimiento se tratan personas privilegiadas pertenecientes al 5 % del tope de la escala. No se qué fui a hacer allí con mi nivel de vida. Puro arribismo que me hizo sentir regio de estacionar en un amplio subterráneo entre descomunales todo terreno manejados por rubias gordas sudorosas,  refaccionadas, con muchos anillos y  los labios raros por el botox.

Me preguntaba cuánto ganarían al mes esos médicos, cuando me entregaron las boletas de servicios profesionales: todas correspondían a sociedades de profesionales, a pesar de que los cheques tuvieron que ser todos personales. Un simple cálculo que tomó como factor la economía   que les significa la tributación a través de sociedades de profesionales, me demostró que aún ganando  cinco veces lo que yo, empleado de una universidad gano, aún pagarían menos impuestos. ¿Porqué las sociedades de profesionales tributan menos? ¿Qué aportan que merezca tal beneficio?

Por eso es que quiero que haya una reforma tributaria cabal que elimine las verdaderas canongías que algunas  disposiciones de la actual estructura tributaria permiten, cargando el grueso de la tributación a personas de clase media que no tienen otra alternativa que pagar los impuestos que el sistema les señala. Que desde mis médicos a los parlamentarios, pasando por toda la gama de empresarios beneficiados por el sistema, sepan por una vez lo que es canela. Por una vez, porque se bien que no demorarían en recuperar su privilegios.

Se muy bien que me dirán que si se sube el tributo a las empresas a los niveles de otras economías equivalentes, se desincentivará la reinversión y se desacelerará el crecimiento demorando el ansiado  desarrollo. Se muy bien, asimismo, que mis doctores no rebajarán su espectacular nivel de vida y  si les suben los tributos subirán también sus honorarios al triple para sacar la misma renta neta. Se que todo subirá y que los ricos seguirán siendo ricos, los pobres pobres y la clase media seguirá siendo el jamón del sándwich. Pero por lo menos se transparentará una situación oscura y dudosa que es uno de los factores que envenena a la sociedad.

No hay una gran diferencia entre los manejos turbios de La Polar y la estructura tributaria que nos rige. Y conste que no me refiero al SII que recauda, que sólo cumple con la ley, sino al cúmulo de arreglines  que los intereses económicos y sus servidores políticos han creado para su propio beneficio.

Pero desgraciadamente nuestra estructura tributaria en como un cáncer inoperable que se ha extendido demasiado. No creo que este Gobierno ni ningún otro le pueda meter mano. No creo que tenga la intención tampoco. El apretón de los estudiantes y el malestar social los asustaron un poquito, pero ya están tranquilos. Harán un poco de cosmética, algo de marketing y mucha alharaca. Y al final todo será,  como decía Giuseppe Tomasi de Lampedusa en el Gatopardo, “siempre distinto, siempre lo mismo”.

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