La figura alegórica de la Justicia que estamos acostumbrados a ver en grabados y esculturas, es una dama agraciada y de buen ver, que sostiene una balanza en una mano y una espada en la otra. La primera representa el equilibrio y equidad en los fallos y la segunda, el rigor con que procede en contra de quienes violan la Ley. A veces la balanza está en la mano derecha y la espada en la izquierda y a veces al revés pero la venda siempre está en su lugar. No llama la atención que la efigie tenga la vista vendada, porque es fácil entender que al estar privada de reconocer a quienes juzga, se asegura su imparcialidad. Se trata de una vieja alegoría, de más de dos mil años de antigüedad, que hemos heredado de Grecia y Roma que la denominaron con diversos nombres y de diversas maneras, pero siempre con el mismo sentido.
Desde los albores de nuestra vida republicana, el ordenamiento constitucional ha establecido que la Justicia —el Poder Judicial—sea uno de los fundamentos del Estado, uno de sus pilares, que con el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo sostienen la institucionalidad de este país. Son tres puntos que simbolizan la estabilidad de la nación y resultan esenciales para el normal desarrollo del progreso.
Pero más allá de las alegorías, es necesario reconocer que en los días que corren, los poderes del Estado están pasando por serios problemas: ni el poder legislativo ni el poder judicial se libran de las más ácidas críticas y de pésimas evaluaciones en las encuestas. El mismo poder ejecutivo ha perdido parte significativa de su credibilidad e imperio, en manos de una serie de Presidentes que no han dado la altura. Terrible decirlo, pero los pilares fundamentales del Estado parecieran tambalearse, sobre todo en la opinión de los jóvenes que ven en la asamblea y en la montonera, una alternativa más funcional y eficaz.
Claro, me dirá Ud., que aunque los poderes constitucionales se tambaleen circunstancialmente, su simbolismo, su importancia y trascendencia se mantienen incólumes, porque tenemos claro que el problema no está en los principios, sino en las personas, de manera que pasadas estas, superados los problemas. Puede ser, pero no estoy tan seguro de que nuestra cultura tenga esa lucidez, ni que las personas que desprestigian a los poderes vayan a pasar, ni que los problemas creados por las irracionalidades cometidas se vayan a superar. Es una cuestión, que en el caso de la Justicia ejemplifico con la siguiente reflexión: el cambio de un sistema judicial persecutorio a un sistema judicial garantista es una transformación mayor que toca a la esencia de lo que la nacionalidad entendió siempre por la ley y la justicia y como todo en la naturaleza—el efecto mariposa del que hablaba el proverbio chino—puede tener efectos imprevistos.
No sabemos bien qué consecuencias tendrá la percepción popular de que la Justicia se aplica ahora con mayor benevolencia, que ha dejado la espada, descuidado la balanza y que comienza a mirar desde debajo de la venda. Del mismo modo no podemos adivinar qué es lo que puede ocurrir con el cambio que más que menos interesadamente hemos hecho de la historia reciente. Se trata de un proceso dinámico que está en marcha y cuyas consecuencias pueden llegar a sorprendernos, como en el cuento de Ray Bradbury.
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