En mi lejana juventud, mi colegio estaba encargado de instruirme mientras mi familia se encargaba de educarme. El resultado fue que en el colegio aprendí una serie de cosas sobre el mundo y la realidad, algunas de las cuales me fueron bastante útiles después en la Universidad , que en su momento se dedicó a prepararme profesionalmente con bastante eficiencia. En mi casa aprendí de sentimientos, encarné valores y desarrollé una postura respeto del mundo con la cual mirar y pensar. Ni mi colegio ni la familia trataron de adoctrinarme ni influyeron mis creencias, tal vez porque tanto en la vida familiar como en el Liceo campeaba un laicismo racional respetuoso de la religión pero inclinado a las explicaciones de la ciencia. Tanto mis padres como los profesores de mi colegio fueron cuidadosos con las ideas que podían confundirme o desviarme del buen camino. Puede ser que hayan sido conservadores, pero en cualquier caso, prefirieron darme explicaciones razonadas antes que adoctrinarme con dogmatismo. Se los agradezco ahora.
En la Universidad encontré un mundo diferente. No sólo los estudiantes formábamos un universo bastante heterogéneo y variopinto, sino que los profesores—profesionales docentes y no pedagogos—estaban claramente comprometidos políticamente con diversas posturas, muchas veces absolutamente contrapuestas. Solían discutir de política a grito pelado y más de alguna vez desarrollaron cómicos pugilatos. La cosa llegó al extremo un año en que mi facultad de escindió en dos escuelas—una de extrema izquierda y otra ahí nomás—que funcionaron varios meses en paralelo hasta que a la primera—que se había quedado con el edificio—se le acabó la plata. Se formaron grupos que trataron de influir políticamente a los neutrales y finalmente las cosas volvieron a la normalidad. Sobre todo, hacia comienzos de los años sesenta, las Universidades fueron abiertamente combativas y proselitistas, pero nunca, que yo recuerde, hicieron adoctrinamiento en las aulas. Las clases y los profesores de marxismo vinieron poco después, hacia los finales de esa década. Y durante los años del gobierno militar, los adoctrinadores se mantuvieron en silencio, pero en latencia.
Ahora, por lo que se he podido comprobar, han vuelto los adoctrinadores. No hay otra explicación para la súbita explosión de extremismo político y de posturas radicalizadas, porque ambas actitudes se enseñan. Fuera de la ignorancia de base de los adoctrinados, es claro, que es el caldo de cultivo para cualquier ideología ciega. Y ahora el adoctrinamiento se hace en los colegios y se continúa en las universidades, como puede comprobar cualquiera que quiera asistir a clases, por lo que los extremistas van a constituir legiones. Y la verdad es que no sería tan malo que aprendieran algo si sus convicciones no se fundaran, como casi toda ideología, en equivocaciones monstruosas y en entelequias delirantes. Sin embargo, aún hay esperanzas ciudadanos: como decía Churchill, la evolución y el tiempo se encargan de los engendros, incluso en el campo de la política.
Jagarcia. Te cuento que mi hija cursa tercero medio, el colegio es particular, y la profesora de historia se dedica a adoctrinar a los alumnos en el marxismo. Todo lo que enseña es desde el punto de vista del comunismo. A mi hija le tengo que decir que en las pruebas le ponga lo que ella quiera, pero que no le crea nada.
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