miércoles, 18 de abril de 2012

LA DISCULPA DEL REY:

¡Bien hombrecito el Rey don Juan Carlos! Se disculpó ante los españoles por cazar elefantes y prometió no volver a hacerlo. ¿Quién por estos lados tiene los cojones como para imitarlo disculpándose por los mil y un enjuagues, triquiñuelas y estropicios que tan a menudo se cometen? ¿Alwyn, cuando se refirió a pedacitos más o menos de territorio en Laguna del Desierto? ¿Girardi, cuando mandó los miles de cartas con cargo al Congreso? ¿Piñera en el affaire de la radio Kioto  en el programa con Ricardo Claro?

Pero al fin y al cabo, un Rey es un Rey y tiene que comportase como tal y todos los otros son gatos de campo.

George Orwell, a quien he citado en innumerables oportunidades en este blog, hace muchos años  escribió un pequeño artículo llamado “Matar un  elefante”. En él relata un episodio de su juventud, cuando era Policía en Birmania. Tuvo que matar a un elefante domesticado que había sido presa de un ataque de locura, que parece ser sufren de vez en cuando esos animales. Durante su período de furia, el animal había destrozado   casas y sembradíos e incluso, dado muerte a un hombre al que había  pisoteado. Pero en  el momento de enfrentar al elefante, Orwell percibió que este había vuelto a la normalidad y que no era necesario eliminarlo. Sin embargo,  la presión social ejercida por cientos de lugareños ansiosos de venganza y  el temor que quedar como un estúpido, lo impulsaron a disparar.

¿Qué presión tenía el Rey don Juan? ¿Cuál fue la pulsión que lo llevó a Botswana a cazar elefantes? ¿Sería el impulso atávico del hombre cazador? ¿La idea de no irse a la tumba sin haber tenido la experiencia de matar a tan magnífico animal? ¿Es digna de un Rey una hazaña de esa especie?

El Rey ha tenido que pedir disculpas a los españoles—a los que poco les importan los elefantes y sí les molesta el gasto de la Casa Real—y también al resto del mundo que sufre por el elefante muerto y le importan un bledo los españoles y su precaria situación económica. En cualquier caso ¡Bien por él! Nobleza obliga.

Ojalá el Rey de España  tuviera imitadores locales

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