Pero al fin y al cabo, un Rey es un Rey y tiene que comportase como tal y todos los otros son gatos de campo.
George Orwell, a quien he citado en innumerables oportunidades en este blog, hace muchos años escribió un pequeño artículo llamado “Matar un elefante”. En él relata un episodio de su juventud, cuando era Policía en Birmania. Tuvo que matar a un elefante domesticado que había sido presa de un ataque de locura, que parece ser sufren de vez en cuando esos animales. Durante su período de furia, el animal había destrozado casas y sembradíos e incluso, dado muerte a un hombre al que había pisoteado. Pero en el momento de enfrentar al elefante, Orwell percibió que este había vuelto a la normalidad y que no era necesario eliminarlo. Sin embargo, la presión social ejercida por cientos de lugareños ansiosos de venganza y el temor que quedar como un estúpido, lo impulsaron a disparar.
¿Qué presión tenía el Rey don Juan? ¿Cuál fue la pulsión que lo llevó a Botswana a cazar elefantes? ¿Sería el impulso atávico del hombre cazador? ¿La idea de no irse a la tumba sin haber tenido la experiencia de matar a tan magnífico animal? ¿Es digna de un Rey una hazaña de esa especie?
El Rey ha tenido que pedir disculpas a los españoles—a los que poco les importan los elefantes y sí les molesta el gasto de la Casa Real —y también al resto del mundo que sufre por el elefante muerto y le importan un bledo los españoles y su precaria situación económica. En cualquier caso ¡Bien por él! Nobleza obliga.
Ojalá el Rey de España tuviera imitadores locales
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