Y como las personas, las ciudades crecen, se desarrollan, llegan a la madurez y la vejez. En algunos casos—montones a lo largo de la historia—las ciudades han enfermado y muerto, de la misma manera como ocurre con cualquier ser vivo. Ocurre cuando sus economías, sus habitantes, sus ambientes o sus estructuras físicas contraen males contra los que no puedan luchar. Conocemos de la antigüedad los centenares de casos de ciudades muertas y en la modernidad, el deceso de unas pocas ciudades—Chernóbil por el accidente nuclear—, la enfermedad de otras—Detroit—, del mismo modo que el caso de muchas ciudades vitales y sanas.
No pensaba en eso el día del incendio del Mall de Concepción. Como me queda cerca, fui caminando a mirar el espectáculo de las llamas, el humo y los helicópteros dejando caer agua. Subí a la falda de un cerro llenos de viviendas de buen nivel, desde donde por experiencia sabía se dominaba el lugar. Y me encontré conque la maravillosa vista del valle hacia Talcahuano, San Vicente y la Península de Tumbes que tenía ese barrio, había desaparecido tapada por media docena de altas torres—un hotel, clínicas y varios otros edificios de departamentos—construidos frente al mall que se quemaba. Entonces hice la relación con la idea del cáncer y se me ocurrió la comparación siguiente:
El cáncer—todos tenemos una noción de lo que es—es esa enfermedad en la que un organismo produce un exceso de células malignas que crecen y se multiplican más allá de los límites normales, invadiendo el tejido circundante y formando metástasis, hasta que el organismo disfunciona y muere. ¡Células malignas que se multiplican sin control y en exceso entre los tejidos, tal como los edificios en altura desarrollados por la iniciativa de los gestores inmobiliarios y su afán de lucro—aquí sí que se aplica apropiadamente la idea de lucro—que se multiplican en el tejido urbano!
Tengo una pariente que compró hace algunos años un hermoso departamento de alto precio en un edificio de unos diez pisos construido en Santiago en la avenida Luis Thayer Ojeda. Tenía la vista más extraordinaria que Ud. pueda imaginar sobre la cordillera santiaguina. Pero pronto se construyeron otros edificios al frente que le obstruyeron la vista, y a éstos les construyeron, a su vez, otros por delante y así una y otra vez, de manera que hoy hay por delante una veintena de torres, que crecen y se multiplican continuamente más allá de toda lógica, como células malignas: el cáncer inmobiliario invadiendo el tejido urbano, formando metástasis y haciendo disfuncional el organismo por las cantidad de sombras arrojadas, los montones de automóviles que es necesario estacionar y que copan las calles en las horas punta, el calor residual de los volúmenes construidos y la disfuncionalidad social de esas como colmenas de insectos individualistas y poco solidarios.