domingo, 5 de agosto de 2012

PROHIBIDO PROHIBIR:

Da la sensación de que desde mayo de 1968, hemos dado una vuelta completa a la realidad, volviendo a los mismos enredos sociológicos que los cambios revolucionarios de esa época procuraron resolver.  De nuevo estamos comenzando a creer que con regulaciones, normativas, limitaciones y coacciones se puede conseguir el bien común, en vez de pensar que al enseñar, orientar, convencer y cooperar se consigue mucho más y de mejor manera.

No es fácil comprender la dimensión negativa que pueden alcanzar las regulaciones, hasta que comenzamos a sufrir las consecuencias no deseadas de los procesos que echan a correr. Eso ha quedado claro—por lo menos para los observadores ilustrados—en el funcionamiento de las economías, en un proceso que en cincuenta años  llevó a reemplazar las políticas de estilo keynesiano y los modelos de planificación centralizada por los  modelos neo liberales de mercados abiertos y competitivos. El cambio se hizo porque en ese lapso de tiempo quedó en evidencia que el control social  de las economías no podían competir con la autorregulación que conseguía automáticamente el mercado. Parece que, sobre todo en Chile, la idea de la regulación estuviera metida en la genética de la cultura, de manera que basta la ocurrencia de un fenómeno para que surja la idea de controlar, limitar, restringir o regular las conductas. Las nociones de la responsabilidad social, del derecho a la libre determinación, de la conveniencia del autocontrol personal, no son consideradas suficientes y no se estimulan, impulsan ni enseñan.

 Fíjese Ud. como opera la lógica de la regulación: comenzamos hace tiempo con la idea de la restricción vehicular, que en un principio procuraba incentivar el reemplazo de los viejos vehículos con altos grados de emisión de gases y material particulado por unos nuevos dotados con motores más eficientes funcionando con gasolina de mejor calidad y dotados de escapes catalíticos. Terminamos usando la norma de restricción para limitar la cantidad de esos nuevos automóviles  circulando por las calles. A continuación vino la peculiar idea de algún cretino ordenancista, de limitar las armas en manos de los particulares, so pretexto de impedir que fuesen sustraídas y utilizadas  por los delincuentes.  Terminamos encerrados en nuestras casas, inermes e indefensos,  mientras los cacos se pasean en nuestros vehículos por nuestras calles cargados con nuestros enseres.  Seguimos con las limitaciones al tabaco,  prohibiendo primero fumar en los edificios públicos y en los restoranes, llegando a la idea que se ha sugerido de prohibir fumar en la calle o que se ha considerado de impedir fumar en plazas y parques. Hace poco comenzamos a controlar la venta de los fármacos, el consumo de superochos (luego calugas y chocolates), el abuso del alcohol, el uso de las chimeneas…Para qué detallar más…

¿Y donde está la educación y la enseñanza que podrían orientar las conductas? Discutiendo sobre el lucro ¿Y dónde están las policías que podrían controlar el delito callejero? Vigilando centro comerciales en comunas acomodadas ¿Y dónde está la Justicia, que podría encarcelar a los bandidos? Persiguiendo delitos históricos perdidos en la memoria u otorgando garantías a facinerosos a los que sólo se puede atribuir el delito de “receptación”, porque no hay  ningún notario presente en el momento en que cometen sus fechorías.

Lamentablemente los movimientos sociales que se perciben en el futuro no tienen la mirada liberadora,  poética y bucólica de los del 68, están conducidos por termocéfalos vendido a la política y no auguran más que nuevas limitaciones y prohibiciones por doquier…

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