Por lo menos mi edición, tenía una iconografía bastante anticuada y unas ilustraciones entre decimonónicas y Art Decó, lo que no hacía menos interesante mirar la fotografía de una caravana de camellos en el Arabia, un junco Chino en el río Yang Tse o unos guerreros de las estepas siberianas. Las ilustraciones, muchas ellas de Doré, resultaban evocadoras y sugerentes, abriendo la puerta a la imaginación juvenil. Me doy cuenta que ese libro primero me orientó por el mundo de las imágenes y afirmó luego mi gusto por la lectura y el conocimiento, harto mejor que los colegios de elite a los que tuve la oportunidad de asistir.
Andando el tiempo, mi padre adquirió otras colecciones similares en varios tomos—“Mil Aspectos de la Tierra y del Espacio”, “El mundo Pintoresco”, entre otros—que cumplieron las veces de regalos de Navidad o cumpleaños, en vez de la pelota o la bicicleta que habría deseado. Sin embargo, siempre los recibí con alegría y los miré y leí dedicadamente, por complacerlo y agradecerle y en el proceso, aprendí sin parar.
Una relación amable la que sostuve con mi padre, construida a través de los libros, que no sólo se centró sobre las colecciones enciclopédicas, sino sobre las novelas: Dumas, Hugo, Fenimore Cooper, Stevenson, Poe, James, Kafka, Defoe, Balzac, Wilde y tantos otros que llenaban las repisas en su escritorio. La colección Sopena, la colección Oro en sus distintas series, eso sin contar las revistas, cuyos montones ha terminado por vender mi hijo al peso.
¿Qué tesoro tiene esta juventud de ahora? ¿Será la Internet , no digo menos completa y actual sino tan amable y reveladora como esos libros? Miro a mis estudiantes, cuyo tiempo mental escasea entre el chateo, el carreteo, el trago, la marihuana y el sexo y tiendo a pensar que no, aunque sepa, también, que cada época tiene su encanto y que algún días ellos añorarán como yo, la ilusión de la juventud perdida.
Y su hijo ¿aun tiene a la venta alguno de esos ejemplares enciclopédicos?
ResponderEliminarLe consultaré
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