miércoles, 14 de marzo de 2012

¿CUÁL ES AHORA, EL TESORO DE LA JUVENTUD?

Cuando era un niño de unos pocos años, mi padre, gran acumulador de libros y revistas, aficionado a las enciclopedias y otros textos de peso, me compró EL TESORO DE LA JUVENTUD, una especie de manual del corta palos para jovencitos,  editado por W.M. Jackson Inc. desde los años treinta, que contó con numerosas ediciones. La colección estaba  compuesta por 20 tomos de color café con letras doradas, impreso en papel satinado y con montones de fotografías e ilustraciones. Se componía de libros separados: el “Libro de las Narraciones Interesantes”, “El Libro de los Porqué”, “Los Países y sus Costumbres”, “El libro de la Poesía”, etc., que se repetían cada cierto número de páginas en los distintos volúmenes, de manera que siempre era interesante tomar uno al azar y hojearlo.  El tomo 20, que  era el índice sistemático, me pareció inútil hasta que comencé a usarlo para encontrar los artículos que me interesaba releer. Así conocí la biografía de Edison, las hazañas de Napoleón, Los Motivos del Lobo de Rubén Darío, y montones de cosas más que luego me han servido y llenado la vida.

Por lo menos mi edición, tenía una iconografía bastante anticuada y unas ilustraciones  entre decimonónicas y Art Decó, lo que no hacía menos interesante mirar la fotografía de una caravana de camellos en el Arabia, un junco Chino en el río Yang Tse o unos guerreros de las estepas siberianas. Las ilustraciones, muchas ellas de Doré,  resultaban evocadoras y sugerentes, abriendo la puerta a la imaginación juvenil.  Me doy cuenta que ese libro primero me orientó por el mundo de las imágenes y afirmó luego mi gusto por la lectura y el conocimiento, harto mejor que los colegios de elite a los que tuve la oportunidad de asistir.

Andando el tiempo, mi padre adquirió otras colecciones similares en varios tomos—“Mil Aspectos de la Tierra y del Espacio”, “El mundo Pintoresco”, entre otros—que cumplieron las veces de regalos de Navidad o cumpleaños, en vez de la pelota o la bicicleta que habría deseado. Sin embargo, siempre los recibí con alegría y los miré y leí dedicadamente, por complacerlo y agradecerle y en el proceso, aprendí sin parar.

Una relación amable la que sostuve con mi padre, construida a través de los libros, que no sólo se centró sobre las colecciones enciclopédicas, sino sobre las novelas: Dumas, Hugo, Fenimore Cooper, Stevenson, Poe, James, Kafka, Defoe, Balzac, Wilde y tantos otros que llenaban las repisas en su escritorio. La colección Sopena, la colección Oro en sus distintas series, eso sin contar las revistas, cuyos montones ha terminado por vender mi hijo al peso.

¿Qué tesoro tiene esta juventud de ahora? ¿Será la Internet, no digo menos completa y actual sino tan amable y reveladora como esos libros? Miro a mis estudiantes, cuyo tiempo mental escasea entre  el chateo, el carreteo, el trago, la marihuana y el sexo y tiendo a pensar que no, aunque sepa, también, que cada época tiene su encanto y que algún días ellos añorarán como yo, la ilusión de la juventud perdida.

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